Yo pensaba que como Jorge no había ninguno, y probablemente. Su saber ser humano es admirable. Quédate quince minutos descalza esperando que te ponga la tapa y observa su poder de convocatoria y el buen rollito que se crea. De allí salen amigos su más variopinto público, y eso es gracias a él, y todo siendo negrito del África lusófona: “Bom dia, vizinha!” (... ¡Si hasta la cabalgata pacense puede presumir de rey mago Baltasar auténtico!).
Enfrente del Corte Inglés de Lisboa hay una zapatería pequeñita que si pasas rápido no la ves, y eso que es lo único que no es nuevo ni moderno en la zona. Serán unos siete metros cuadrados de cubículo donde en silencio se sientan tres encorvados viejecitos artesanos, con una radio de fondo y concentrados en sus zapatos. Parecen Gepetos fabricando a Pinocho. Yo creo que alguna vez entró hasta Pessoa y estaba todo exactamente igual.
Por supuesto no me lo pierdo y también me quedo allí esperando a que me pongan la tapa (es otra manera de ir de tapas). Me siento en un taburetito de limpiabotas rodeada de bolsos y cinturones. Si levantan la cara para mirarte, lo hacen pausadamente y transmitiéndote lo estupendamente que están allí en su cuadradito. Y tú, por cinco euros, les agradeces que te hayan detenido el tiempo.
Y ahora está Fermín, que tiene todo el local empapelado de Lola Flores en sus mejores momentos. Le conocí el 7 de Julio. Me pidió los datos y directamente puso mi nombre en diminutivo mientras empezaba una animada charla que como siempre llevó a la reflexión y a saber “y tú qué opinas” sobre cualquier tontería. Ante semejante confianza le pregunté por su nombre y me contestó: “Hoy es mi santo, no te digo más”.
Le acabo de llevar unos Mustang loliteros, que claro, me aprietan y para que los meta en la horma. Me dice que a éstos no hay manera de darlos de sí. “¿Por qué?” Espera la pausa de tu necesaria reflexión. “Porque hasta la crema les resbala”, concluye.
Como el que está en el ruedo y se ha llevado dos orejas levanta cada zapato por su taconazo. Con el indomable toro agarrado por los cuernos, me mira fijamente y se ve en la obligación de enunciar: “ Yo te voy a decir una cosa… esto nunca más! Tú siempre, siempre cómprate lo mejor… Sarita, ¡quiérete mucho!”.
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