martes, 23 de septiembre de 2008

El Camino

Empezó en el 2000, en Escocia. Tomaba una half-pint con mi amiga Caroline y le contaba como me había impresionado El peregrino de Compostela: Diario de un mago. Y resultó que ella también lo había leído, entonces era más hippie y quería ser traductora de cine. Siendo Erasmus en Logroño emprendió camino hasta Santiago.

Esta chica siempre lo tuvo claro, y es curioso porque ahora vende yates de lujo en Mónaco. Así me propuso comenzarlo, haciendo ella el trozo que le faltaba de su camino francés, desde Saint Jean Pied de Port hasta Logroño. Al terminar el curso, allá que nos fuimos. Pero lo abandonó en Pamplona, se fue detrás de su novio el italiano con el que después no se casó. Y yo pensé: ¡Qué hago ahora! me cojo un autobús pa Badajoz o sigo andando... Así llegué hasta el Alto del Perdón, y creo que me fue concedido.

Llegando a la preciosa Estella ya había conocido a mi familia mexicana (que ya no existe). ¡Qué bonita Navarra!. En Rioja me llegó Loretta, de las montañas del Colorado, claro que viniendo de donde venía al poco me tomó ventaja. Yo tampoco tenía prisa...

Lo que más me enseñó fue la meseta castellana, ese Burgo Ranero y esa terrible Mansilla de la Mulas!, gracias al anónimo catalán que compartió esta dura llegada. Y a tanta gente del camino, algún que otro personaje, sobre todo entre los hospitaleros. Y qué fue de aquél chico portugués en bicicleta, que lo hacía porque no sabía si separarse de su mujer y por tanto de su hijo...

Después te regalan El Bierzo y así hasta mi querida Galicia, pero ¡qué bonita Navarra!.

El camino te enseña que lo peor son las bajadas, qué dolor de rodillas!, paraba para asimilarlo y poder aguantar de nuevo, porque había que seguir bajando...

Algún día tengo que volver a abrazarme a un árbol.

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